Idgir, acompañó a Martin hasta la cabaña de leñadores, en lo más profundo del bosque. Estaba lejos de los caminos convencionales, y oculta tras una densa espesura de matorrales.
Martin observó que aquel sitio era un lugar muy oculto, ¿Cómo se enteraría el dragón que había nacido el séptimo hijo? Quizás podría llegar a una solución para que nadie saliera perjudicado. Su cabeza no dejaba de cavilar.
Cuando llegaron a la puerta de la humilde cabaña, todos los allí presentes, el padre, los hermanos y hermanas de Idgir, recibieron a Martin con alegría, pensaban que era un médico, pues se había despojado de su vestimenta de soldado, con ella solo llamaría la atención.
Fue agasajado con cerveza negra, y pan blanco. Todo un lujo para una familia humilde.
Martin, no sabía como actuar, tenía que matar a la madre de Idgir, que se encontraba en el catre aquejada de fuertes dolores por la inminente llegada del nuevo bebé.
Se quedó a solas con la dolorida mujer, la cabaña solo tenía una estancia. En el centro estaba el hogar, un caldero burbujeaba, y rodeando al fuego se situaban unos sacos de lana, utilizados por los niños para dormir, no había muebles, más que una tosca mesa y unas pocas sillas. Todos esperaban afuera. Martin solo tenía que hundir su daga en el cuello de la mujer y salvaría el reino.
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